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«Si uno va a hablar de Chávez tiene que hablar, por lo menos, de lo que pasó con Fujimori en los 90»


Según el conteo oficial presentado por la ONPE, los candidatos que pasarán a la segunda vuelta electoral son Pedro Castillo de Perú Libre con un 19.051% y Keiko Fujimori de Fuerza Popular con un 13.367%. Este resultado no es nada representativo, pues ninguno de los 18 partidos que participaron en la contienda electoral ha logrado pasar la valla del 30% como sí ha sucedido en elecciones pasadas durante la primera vuelta. Este escenario electoral, además, enfrenta a dos extremos ideológicos conservadores de izquierda y derecha, en el que, por un lado, se busca reivindicar la dictadura fujimorista y por el otro, el modelo chavista de Venezuela. Conversamos con el historiador José Ragas para conocer su análisis sobre esta situación.


Los resultados han demostrado que el próximo gobierno no será representativo ni en el poder ejecutivo, ni en el Congreso. Este problema de representación es una constante en nuestros procesos electorales desde el siglo XIX, pero hoy está en su estado más crítico, ¿cómo afecta esta situación a nuestro sistema democrático en donde gran parte de los ciudadanos no se ve identificado?


Lo que ha venido pasando en los últimos treinta años es que hemos tenido una estabilidad electoral, que por muchos años había sido interrumpida por golpes militares, pero que hoy ha logrado continuar y mal que bien funciona, a pesar de que existe fragmentación del voto debido a la gran cantidad de agrupaciones políticas que hay. Uno podría preguntarse hasta qué punto eso es positivo; podría decirse que es bueno porque hay más participación, pero también hay una imposibilidad de hacer alianzas y ,por otra parte, con cada elección van desapareciendo partidos que no logran pasar la valla. Otra característica es que porque no hay movimientos o alianzas que puedan canalizar el voto de la población, las opciones se van radicalizando cada vez más. Hay un centro político que no está funcionando; el hecho de que el Partido Morado esté raspando la valla lo demuestra. De alguna forma estamos yendo a opciones mucho más polarizadas como lo que estamos viendo en el escenario actual que no es de satisfacción de la población, pero que si uno lo mira desde un marco temporal más amplio, somos afortunados de que estas opciones se hayan manifestado a través de la vía electoral y no fuera del camino democrático o de manera violenta. El hecho de que esas posiciones se vayan radicalizando significa que no estamos resolviendo las cosas, solo parchando hasta que nos va a estallar en la cara. La segunda vuelta es nuestro último llamado de atención antes de que las cosas se salgan de control.


Es importante escuchar lo que el electorado está exigiendo y parece que hay una tendencia a pedir cambios estructurales, incluso por encima de la garantía de algunos derechos sociales. Si hacemos una mirada en retrospectiva ese pedido ya lo hemos vivido con Toledo, con Ollanta y nunca se logra concretar, ¿por qué sigue sucediendo eso?


Hay una frase que dice “uno postula con la izquierda, pero gobierna con la derecha”, lo hemos visto recientemente con Ollanta Humala y también con los intentos de que Pedro Castillo firme una hoja de ruta, pero yo creo que al final a nivel electoral funciona mucho la idea del anti establishment. Eso no es actual, lo vemos desde los 90 con Fujimori, pues al momento de gobernar se tienen que hacer alianzas, bajar el tono, pero eso no logra crear proyectos a mediano plazo de cambio de reformas de estado y las que se han planteado de manera constitucional no han funcionado y han sido saboteadas desde el mismo Congreso. Esta mirada de corto plazo es suicida, y nos va a pasar factura más temprano que tarde


¿Qué lugar ha ocupado la memoria histórica en los últimos escenarios electorales? Cada cinco años, ese término suele venir a colación cuando nos encontramos en situaciones críticas en donde tenemos que elegir “el mal menor”. ¿La memoria histórica ha tenido alguna influencia en nuestra manera de entender y ejercer la política o el electorado lo ha pasado simplemente por alto?


Yo creo que la memoria histórica juega en cada elección. Eso lo podemos ver desde el siglo XX, por ejemplo, cuando se evitó que el Apra llegara al poder al manipular la memoria de los ciudadanos. Al Apra se le acusó de ser un grupo radical y se les terruqueó de la misma manera que sucede hoy. Eso no solo fue para oponerse electoralmente a Haya de la Torre, sino también para fomentar un golpe de estado para que el Apra no llegue al poder.


En el caso más reciente, el fujimorismo ha creado una coalición anti que ya no solo es contra Alberto Fujimori, ni Keiko Fujimori, sino que ahora creo que se ha expandido hacia elementos similares al fujimorismo. La idea no es desfujimorizar esto, sino más bien plantear una serie de consensos mínimos de qué cosas no queremos para el Estado: corrupción, impunidad, la violencia que se desató durante los años 90. El régimen de los ‘90 fue un régimen corrupto, criminal, que buscó mantenerse en el poder de manera perpetua bajo una fachada democrática, incluso más allá del mismo Alberto Fujimori. Creo que eso a veces no se recuerda muy bien, y se termina banalizando. Ese fue un régimen en el cual Keiko no solo es hija de su padre, sino que ella misma defiende ese régimen y ha realizado acciones desde el Congreso como lideresa. La memoria es importante, pero tampoco debe fosilizarse, sino que debe actualizarse constantemente y no solo quedarse en los ‘90.


El fujimorismo es un legado que treinta años después todavía sigue dividiendo al país, sigue habiendo un antivoto muy fuerte hacia Keiko Fujimori ya no solo por lo que causó la dictadura, sino también por lo que causó su bancada en los últimos cinco años. ¿En la segunda vuelta el antivoto a Keiko será decisivo o se impondrá el voto por convicción?


Keiko Fujimori es la persona que más ha pasado a la segunda vuelta y siempre el voto antifujimorista ha estado ahí. Este no es un escenario único, hemos tenido escenarios en el que hay polarización de voto como sucedió con Alan García y Ollanta Humala o Keiko Fujimori y PPK. En este último caso, el voto anti fujimorista ha sido lo suficientemente flexible como para poder incorporar a la otra opción y tratar de que Keiko Fujimori suba al poder. Señalar que Keiko Fujimori es el mal absoluto tampoco es una cuestión etérea o abstracta; es una cuestión concreta: el padre está acusado y está en prisión, y ella también ha estado en prisión. Aunque mucha gente no recuerda lo que pasó en los ‘90, si recuerdan lo que hizo su bancada en el Congreso y, de cierta manera, la crisis política que se ha derivado ha sido por ella.


Del otro extremo está la memoria de la violencia política de los años ‘80 al 2000, en la cual lamentablemente se ha banalizado o en todo caso se está llegando a un punto casi caricaturesco con la cuestión del terruqueo contra Pedro Castillo. En muy pocos casos, he visto que cuando se establecen elementos concretos vinculados con Sendero Luminoso o Movadef —que si los hay tienen que cuestionarse abiertamente—, los medios y la prensa hayan hecho algo. Han estado tan concentrados en atacar a opciones de centro izquierda como Juntos por el Perú que sencillamente se les pasó. El problema con el terruqueo es que no activa una memoria contra Sendero Luminoso, sino que activa un lado horrible ligado al racismo y clasismo. No es una memoria que vaya contra Sendero Luminoso; es una instrumentalización para ocultar una serie de prejuicios que tiene que ver con el origen campesino, regional y social del mismo.


Al lado del antivoto hacia Keiko también coexiste un miedo hacia los partidos políticos de izquierda que no es reciente, pues durante nuestra historia política del siglo XX ha habido una gran estigmatización e incluso persecución hacia quienes defendían los ideales del socialismo y el comunismo. En la actualidad, este temor toma mayor fuerza bajo lo que conocemos como el “terruqueo” y la mirada de lo que ha ocurrido en Venezuela, pero ¿son justificados estos argumentos en contra de los partidos de izquierda? ¿Cómo podría incidir esto para la segunda vuelta?


El terruqueo no viene desde los ‘80, viene desde la revoluciones de 1848 en Perú; incluso uno podría pensar que viene desde la revolución francesa cuando se inventó el término “izquierda” y se consolidó el término rojo en 1860. El terruqueo es una estrategia muy burda y torpe; hay que custionar el terrorismo, pero el terruqueo es la caricaturzación de la identificación con elementos terroristas y el problema con esto es que lo terminas banalizando tanto que, en un momento determinado, no percibes cuando un grupo radical y violento está apareciendo. Para cierta derecha, algunos medios y grupos no existe la posibilidad de una izquierda, ni siquiera de una izquierda de centro. Entonces cualquier tipo de agrupación, por más moderada que pueda parecer, va a ser expuesta a este tipo de ataques.


El problema dentro de esta banalización también es que uno de los ataques frecuentes tiene que ver con Venezuela y a mí me parece que ese es un argumento muy flojo por dos motivos. Primero porque para llegar a donde lamentablemente se encuentra Venezuela se necesita tiempo; es complicado hacerlo en cinco años, ya Alan García lo intentó y casi lo logra en los ‘80. Segundo que me parece una afirmación ofensiva para quienes lo están sufriendo: para los que están en Venezuela y quienes han escapado del régimen dictatorial chavista. Sin embargo, junto a ese modelo chavista también existen otros modelos de izquierda como el de Uruguay con Mujica; el de Brasil con Lula y el de Chile con Bachelet. Cogerse del modelo venezolano es cogerse de una muletilla que es ridícula y absurda y que refleja que quienes lo utilizan no saben cómo llegó Chávez al poder, que lo hizo siguiendo la fórmula creada por Fujimori en el 1992: una fachada democrática, de escenario de post Guerra Fría en donde se cambió la Constitución para reelegirse una y otra vez. Si uno va a hablar de Chávez tiene que hablar por lo menos de lo que pasó con Fujimori en los años ‘90 y después ver cómo se expandió el chavismo a otro modelo de región.


La sensación que tienen muchos limeños es que Pedro Castillo ha sido el outsider de estas elecciones porque aparentemente salió de nada, las encuestadoras lo registraron casi en la última recta final de la campaña. Pero si uno ve el seguimiento de su campaña en regiones podemos darnos cuenta de que ese éxito no es tan sorpresivo. Ha habido una estrategia de trabajo muy intensa en regiones que se ha desarrollado a espaldas de lo que ocurría en la capital. Desde tu perspectiva, ¿cuáles son esos elementos que han caracterizado la campaña de Castillo?


Hay todo un universo que desde Lima no se conoce. Hay una política rural que viene desde el siglo XIX y que se fomenta en el siglo XX a nivel de intermediarios, organizaciones y gremios y que no pasa por el Tiktok o por comentaristas limeños. Uno de los grandes ausentes de esta campaña electoral y que podría habernos ayudado a entender mejor la situación ha sido los centros de investigación que debería operar en las regiones, pero que por falta de presupuesto no hay. En las universidades hay centros de investigación, hay muchos académicos y gente publicando sobre el tema y ninguno de ellos ha sido invitado en la campaña electoral en los medios grandes. Hasta ahora, se ha entrevistado muy poco a académicos o dirigentes regionales para entender la situación. Hemos pasado por alto toda esta red de organizaciones campesinas, magisteriales o incluso de los mismos ronderos: no hemos visto cómo ha cambiado la politización de esos sectores. Necesitamos incorporar más investigación en regiones para comprender un escenario electoral que ya no es el nuestro y que le pertenece a una parte mayoritaria del país.


Mucho se habla de que lo que le tocaría hacer a Castillo sería “la conquista de Lima”, pero según los resultados de la ONPE, Castillo ha aparecido entre los 5 primeros lugares en varios distritos de Lima; por ejemplo, en Lurigancho y Pachacámac quedó primero; en Puente Piedra y Cieneguilla, tercero. ¿Esa situación haría tambalear esa tesis de que la segunda vuelta sería una batalla entre Lima y las regiones como lo ha sido en otras experiencias electorales?


Si uno mira el mapa electoral, Castillo ha ganado en gran parte del país y en los únicos lugares de Lima donde no ha ganado ha sido donde ha ganado López Aliaga que es la Lima oeste, ese casco duro donde también ganó PPK en el 2016. Yo creo que Lima no es el problema porque esta tensión entre Lima y regiones no es nueva. Lo vemos desde la independencia en donde hay un desplazamiento del poder político regional con los caudillos militares hacia la costa norte en 1860. En el apogeo del guano, se forma el Partido Civil que es oligárquico y gobierna hasta después de la guerra con Chile y el único que lo detiene es otro outsider, Guillermo Billinghurst, que viene de Tarapacá, se hace alcalde de Lima y después toma la presidencia. Después, la mayor cantidad de presidentes han sido de Lima. Podemos ver que los presidentes democráticamente elegidos son de Lima y aquellos que han dado un golpe de Estado han sido de región. Yo creo que a Castillo, en un nivel simbólico, le va a interesar eso; incluso habló en uno de sus mitin sobre “la toma de Lima” que ha servido para que lo terruqueen al compararlo con Sendero Luminoso. Hay un centralismo histórico que no sabemos corregir y que finalmente nos va a terminar ahogando y dejando sin posibilidades democráticas


¿Cómo evalúas nuestra cultura política en el contexto del bicentenario? ¿Cómo queda la promesa de la construcción de la nación, el proyecto republicano después de doscientos años en los que hemos atravesado infinidad de crisis políticas lideradas por los caudillos en el siglo 19, luego las dictaduras en el siglo XX y ahora en el siglo XXI todo parece muy incierto no?


Lamentablemente, la promesa de la vida republicana de Basadre, parece que en los últimos treinta años se ha concentrado en ver que no baje el dólar. Hemos reducido todo a la economía y a defender el modelo económico que hemos olvidado que ese modelo tiene que estar al servicio de la población no únicamente a nivel del PBI o la exportación. Un modelo económico que no redistribuye, que permite que la gente muera porque tiene que endeudarse en una clínica privada porque no hay servicios de salud pública adecuados para una pandemia, no puede ser posible. Necesitamos revisar los fundamentos en los cuales está sustentado este modelo económico, político y social porque la próxima vez ya no va a tener a un radical participando en política por vía electoral, sino que será por una vía autoritaria como ocurrió en los 70 y 80 con Sendero Luminoso.


 
 
 

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